
Cuando se habla de correr, muchas personas asumen que correr rápido es el mayor desafío. Sin embargo, quienes han practicado running por un tiempo saben que mantener un ritmo lento puede ser incluso más difícil.
A continuación, exploramos las razones detrás de este fenómeno.
1. Mayor control y eficiencia biomecánica
Correr lento requiere mayor control del movimiento y eficiencia biomecánica. Cuando se corre rápido, la inercia facilita el ciclo de zancada y el rebote natural del cuerpo ayuda a mantener el ritmo. En cambio, al correr lento, el atleta debe realizar un esfuerzo consciente para mantener la postura adecuada, lo que puede generar fatiga muscular.

2. Exige más resistencia muscular
A un ritmo lento, los músculos trabajan por más tiempo, lo que aumenta la fatiga muscular. Al correr rápido, el tiempo de impacto con el suelo es menor y los músculos ejecutan contracciones más explosivas, mientras que a menor velocidad, las contracciones son más prolongadas y requieren mayor estabilidad.

3. Menor impulso y más carga articular
A ritmos altos, la energía elástica almacenada en los tendones permite aprovechar el rebote del cuerpo con cada zancada. En cambio, al correr lento, este efecto es menor, lo que significa que el corredor debe generar más esfuerzo para cada paso sin el beneficio del rebote natural.

4. Demanda mayor disciplina mental
Correr a un ritmo lento requiere más paciencia y autocontrol. Muchos corredores sienten la tentación de acelerar porque mantener un paso pausado puede parecer aburrido o incluso incómodo. La disciplina mental para sostener el ritmo adecuado es un reto en sí mismo.

5. Trabajo cardiovascular prolongado
A pesar de que correr rápido eleva la frecuencia cardíaca, hacerlo por un tiempo prolongado puede ser menos demandante que sostener una carrera larga a ritmo lento. La razón es que el sistema aeróbico trabaja de manera constante sin períodos de descanso, lo que requiere mayor resistencia y eficiencia energética.

6. Activación del sistema aeróbico
Las carreras lentas se realizan en la zona aeróbica, donde el cuerpo usa oxígeno para producir energía. Esto exige una mejor capacidad de oxidación de grasas y un uso eficiente del glucógeno. A medida que se prolonga el tiempo de esfuerzo, el cuerpo debe adaptarse para mantener la energía sin agotarse prematuramente.

Aunque a simple vista correr lento parece más fácil que correr rápido, en realidad representa un desafío considerable. Requiere mayor resistencia muscular, control biomecánico, disciplina mental y un trabajo cardiovascular constante. Por ello, es una parte fundamental del entrenamiento de cualquier corredor, ya que mejora la eficiencia y prepara al cuerpo para esfuerzos más intensos en el futuro.